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Vida de Valory
Una vida aburrida
Las manos que sostienen esta pluma están fornidas y ásperas de labrar los campos de la familia. Mis hombros son anchos; mi cuerpo, robusto. Tal es el destino de mi estirpe, nacida para trabajar la tierra hasta caer rendida. Por desgracia, nunca pude escapar al encanto de la aventura.
Una vez, cuando era joven y sembraba semillas cerca del linde de nuestra parcela, oí un silbido procedente del bosque. Me colé por la desvencijada valla y seguí la melodía. Al final, encontré a un joven bardo apoyado en el tocón de un árbol, silbando y tallando una flauta. Cuando regresé a los campos vacíos en plena noche, mi padre me recibió con un rapapolvo.
Podía enviarme a trabajar, pero no podía evitar que tarareara esa melodía hipnotizadora...
Valory
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Llamamiento a la aventura
Los días de mercado eran mis favoritos. Aquel fatídico día, cambié las verduras de la granja por historias y secretos hasta que una melodía familiar me hizo detenerme. La misma melodía que me atrajo al bosque hacía tanto tiempo me estaba llamando una vez más. Solté mis sacos de grano y la seguí.
Encontré a un bardo que tocaba una hechizante sinfonía con su flauta, rodeado de una multitud que se mecía. Algo dentro de mí floreció como una semilla olvidada.
"¡Baja de la nube!", gritó mi padre aquella noche, escupiendo el puré de patatas sobre la mesa.
"¡Naciste en la clase equivocada! Mírate las manos. Son gruesas y fuertes, ¡no están hechas para holgazanear!". Se metió en la boca un trozo de pan seco y se lo tragó con agua del pozo.
"Eres granjera, hija. Y siempre lo serás".
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Página 2
Tallando el destino
"Los pájaros pueden volar donde quieran. ¿Por qué yo no?".
Esos pensamientos rondaban mi cabeza mientras cortaba la leña que mi padre me había pedido. Perdida en mis pensamientos, empecé a tararear mi melodía favorita.
Al levantar la vista, vi que una urraca se había posado cerca de mis pies.
"¿Por qué no te vas volando, pequeña? Si yo fuera tú, me iría", le dije. El pájaro ladeó la cabeza, como confundido. Bajé la mirada a mis manos, a la madera. Si estas manos de campesina podían tallar una flauta, ¿qué más podían hacer?
Quizá forjes tu propio destino. Quizá elijas a tu familia y a quién amar. Cuándo trabajar y cuándo bailar. Cómo crecer y cuándo sentirte como una niña. Sabía que solo era una posibilidad, pero eso me bastaba. Metí el cuchillo de trinchar y la flauta en la bolsa, me levanté y me alejé de la granja silbando para no volver jamás.
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