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Templo de la Llama oculto
¿Será verdad?
Mi abuela, la querida Hama, solía contarme historias de un antiguo Templo de la Llama escondido en una montaña al este. Justo antes de que me durmiera, ella me arrullaba con promesas de pergaminos sagrados, libros olvidados y oraciones... ¡un testamento marchito de la devoción de la gente! Recuerdos y tchachkis, ofrendas que brillan a la cálida luz de la llama. Si es cierto que un santuario tan popular quedó en el olvido... ¡quizá pueda encontrarlo! ¡Cobrar por la entrada! ¡Quedarme con un porcentaje! Una moneda por oración no suena tan mal, ¿verdad? ¡Sin garantías! ¡Diría que ese es el espíritu de los Conway!
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Mientras todos olvidamos
Recuerdo con mucho cariño mis años de ignorancia y estupidez, en los que iba más allá que el resto. Las profundidades, repletas de cosas extraordinarias y maravillosas, despertaron mi interés. Salí en su busca, anhelando el conocimiento, velado por la calidez de la Llama. Era joven y no temía cometer errores. En el abismo, sentí la eternidad. Ya no la siento. La arena de mi reloj de arena se desliza. Cuando escucho a la Llama decir el nombre del mayor, mi nombre, me arrepiento. El núcleo de nuestro planeta ha cambiado... El efecto dominó de mis descubrimientos desgarró los valles y a nuestros jóvenes. El fracaso debería haberme asustado, no el cambio. El abismo es cuanto queda, e implica el olvido. Grabé mi nombre en la piedra, registré todos mis fracasos en los obeliscos, otorgándoles la carga de sobrevivirme. Temiendo ser olvidado, firmé con mi nombre el último... Qué humano por mi parte. Es curioso este último sentimiento. Tan vacío. Tan frío. — Manathor
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