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Expedición de Darya a los Santuarios nocturnos
¡Ábrete, Sésamo!
Abrir la puerta del Santuario nocturno no resultó difícil. En el Instituto Cromwell no enseñan directamente los trucos arcanos, pero la sección prohibida de la biblioteca nunca está custodiada, ¿y qué sentido tendría una sección prohibida si no es para tentar a los alumnos curiosos a convertirla en su proyecto nocturno? Me sorprende no haber hallado armamento antiguo aquí, pero nuestro enemigo es escurridizo. Si algo me enseñaron mis estudios es que su arma debe de estar escondida tras otra puerta nocturna. Cree que perderemos el tiempo resolviendo acertijos hasta sucumbir, extendiendo el conflicto... Pero apostaría a que no previeron la presencia de una experta en descifrar códigos. Así que tendré que jugármelo todo a una sola carta. Darya
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Un paso hacia la oscuridad
Los Santuarios nocturnos no son como los imaginaba, y tal vez sean aún peores; no se parecen en nada al instituto ni a cómo los generales aseguraban que serían. Siento que no debería estar aquí, y aun así, la sensación es curiosamente nueva. Es distinta a cuando me quedaba husmeando en la biblioteca prohibida, me escapaba del instituto después de la hora de dormir o apostaba mi paga en el salón. Es como si mancillara algo puro con mi mera presencia, como si al estar aquí alterara la mismísima serenidad de la noche. Y lo peor de todo: estoy fracasando. Fracasando a la hora de descubrir eso que mis superiores esperan que halle. Oigo sus órdenes retumbar en mi mente, empujándome a seguir cavando... para encontrar una amenaza. Un arma. Una razón para nuevos ataques preventivos o para seguir profanando. Y no sé si esa cosa existe siquiera. ¿Y si hemos calculado mal nuestras posibilidades y no hemos comprendido a nuestro adversario? ¿Y si todo esto es un error? Darya
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Una mente liberada de sus cadenas
¿Cómo logra el cielo de la noche conservar su serenidad ante un mar de mentiras? Es como si viera las estrellas por primera vez. Como si hubieran retirado un manto de terciopelo oscuro de delante de mis ojos y, al fin, pudiera contemplarlas. Aquí jamás hubo un arma antigua. Siempre fuimos intrusos. ¿Qué más no desean que sepa? He malgastado todos estos años por mi ceguera. Eludía las leyes del mundo físico, sin notar que mi mente ya estaba prisionera. Me creí astuta por apostar sin ver, confiando en las cartas que me tocaban, pero solo una necia juega junto a quienes hacen trampa con una sonrisa. Tengo que desaparecer. Debo detener esta locura, este adoctrinamiento. Y no puedo dejar pistas ni testigos. Siempre suponen un problema. De eso estoy segura. Darya
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